Economías pobres, economías ricas


capitalismo salvaje

 

A lo largo de nuestra historia las guerras ganadas han sido las reactivaciones de las economías cuando llegan a un límite definido como letargo siendo realmente la decadencia económica por los deseos de incrementar beneficios sobre las saturaciones.

En la actualidad y después del tiempo transcurrido nos encontramos que en gran parte del mundo más bien conocido como el primero o los países llevan ya muchos años sin tener ocasión de arrasar grandes extensiones o países para volver a levantarlos generando unas necesidades donde se reflejan en el consumo y las exportaciones.

El sistema capitalista que hasta la fecha se ha mantenido queramos o no para los países desarrollados esta tocando a su fin pues se encuentran que cada vez es mayor la dificultad de invadir o arrasar naciones en el caso de perder las guerras sutilmente provocadas bajo cualquier excusa debido a que poco a poco las han ido perdiendo así como sus influencias políticas.

En el caso de China y Rusia su realidad es bien distinta por su extensión y por no haber permitido durante muchos años el consumo desacerbado que los EEUU y Europa se metieron, razón por la cual en las fechas actuales son los puntales en el desarrollo económico.

Tal como ya se va viendo en la actual crisis económica que llevan manteniendo estos dos continentes solo hay dos únicas salidas, la primera sería tomando conciencia y cambiando la política del “comprar y tirar” así como el cuidado del medio ambiente mejorando sobretodo las prestaciones sociales y servicios partiendo de la base que no es preciso trabajar tanto para disfrutar de una mejor calidad de vida. En cuanto a la segunda, y después de los fracasos que ya se tuvieron en Vietman, Afganistán, Corea, etc., etc., sería la de tratar de invadir cualquier país pero con la expansión de la energía nuclear cada día es más peligroso debido a que el peligro ya no es para recibir un impacto sino simplemente reventar un arsenal nuclear en un propio país enviándonos a todos los habitantes del planeta al carajo.

Va llegando la hora de que este capitalismo salvaje al que hemos entrado empiece a cambiar pues de lo contrario los resultados serán desastrosos en muy corto plazo.

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Xavi & Míriam
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La realidad que no queremos ver


lo que no queremos ver
Hay momentos en la vida en los que no vemos más allá de lo que queremos manteniéndonos en una situación de comodidad al no confrontar ideas u opiniones acerca de los problemas reales del mundo en que vivimos simplemente porque no nos gusta. Es más fácil vivir auto engañado creyendo que todo va bien aunque sepamos en el fondo que no es así.
El sufrimiento ajeno nos es indiferente, y lo peor, el sufrimiento propio también volviéndonos casi insensibles y autómatas perdiendo tanto la capacidad de indignación como la de asombro convirtiéndonos en seres cada vez más indiferentes.
Las crisis humanitarias como las guerras civiles motivadas por el control de recursos naturales y tierras en África, los refugiados de Somalia, los desplazados por la guerrilla en Colombia, los crímenes a diario en México, las víctimas de tráfico ilegal de personas en las fronteras y entradas a EEUU o países de Europa, la discriminación y violencia contra las mujeres, la violencia e inseguridad de miles de personas en Afganistán, Pakistán, la carencia de servicios básicos y acceso a la educación en Bangladesh, los desplazados de Serbia, Bosnia y Herzegovina producto de los conflictos de la década del 90, las víctimas de la violencia sexual y de género en el mundo, el trabajo infantil en países de América Latina, los desplazados y refugiados saharauis por el conflicto del Sáhara Occidental, los campos de refugiados palestinos que albergan a varias generaciones de ciudadanos sin derecho a tener patria, entre muchos otros conflictos, deben hacernos reflexionar sobre nosotros mismos y nuestra actitud frente a la vida.
Sabemos que no podemos resolver estos problemas pero eso no es excusa para no hablar de ellos, para no alzar la voz de protesta y actuar de ser necesario. Y podemos empezar dejándonos de prejuicios, teniendo un poco de apertura mental para ser más tolerantes con quien nos rodea y sobretodo para ser sinceros con nosotros mismos, no dejándonos manipular y actuar siempre por convicción.
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Xavi & Míriam
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No quiero seguir siendo occidental


Hoy queridos lectores, os ofrecemos un artículo de opinión del periodista César Hildebrandt. Lo compartimos con vosotros porque creemos que es de interés para todos.

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No quiero seguir siendo occidental

Por César Hildebrandt.

El mundo occidental, que cree saberlo todo, no deja de colonizar el extenso continente de la estupidez.

Una prueba es la calidad de los candidatos republicanos que habrán de enfrentar a ese prisionero de la Casa Blanca llamado Barack Obama. Todos ellos habrían avergonzado a los Estados Unidos cuando sus ciudadanos en el College sabían quién era Faulkner, qué diablos quiso decir Kerouac, por qué era importante, aunque poco práctico, leer a Gide.

Otra prueba de ese proceso de empobrecimiento neuronal es lo que proponen -y hacen- los secuaces de la decadencia, es decir los primeros ministros y presidentes titiriteados por las corporaciones. Ahora resulta que los trabajadores tienen la culpa de todo lo ocurrido y hay que empobrecerlos. Y hay que desmantelar, de paso, el Estado del Bienestar para que la ley de la selva determine quién deba sobrevivir.

Osea que para salir de la crisis hay que agudizarla. Y para salir de la pobreza hay que llegar a los harapos. Y para recuperar algún día el gasto social, ha y que abolirlo ahora. Y para volver a ser felices, ha y que decretar la infelicidad: precariedad absoluta en el empleo, jubilaciones más tardías, asistencia médica mochada. Es como volver a la naturaleza, a la lógica de los depredadores y a la vulnerabilidad de las presas.

Mientras los bancos han recibido el dinero suficiente como para eliminar, hoy, el hambre de la faz del a tierra, los que pagan el pato son los de siempre, en España o en Grecia. Que para ellos está la policía, el gas pimienta, el varazo eléctrico. Pagan el pato los derrotaos crónicos: los que votan por sus verdugos o los que ven convertirse en verdugos a sus representantes una vez que llegan al poder. Es decir, el viejo y procaz adagio, «El día que la mierda tenga valor los pobres nacerán sin culo».

El problema es que todo tiene su límite. Se vio en Santiago de Chile, se lamentó en Atenas, se condena en Valencia: las perdices están hartas de serlo.

La respuesta a las víctimas insurrectas es la policía. Y junto a la policía, la vieja trinchera argumental de los idiotas: «No hay alternativa».

La aldea global nos permite saber, en transmisión simultánea, cuántos mueren en Siria, de qué tamaño es la frustración en Egipto tras la caída de Mubarak, cómo funciona la transición en Libia.

Uno, entonces, se pregunta: ¿Es que la historia sólo sucede en países del Oriente Próximo?

Así parece. Así es. Las cosas cambian donde las dictaduras se creyeron eternas (o donde Estados Unidos decide hundir países para luego reconstruirlos como fueron los casos de Irak o Afganistán). Pero hay algo pétreo, inmóvil, más allá del bien y del mal, no sujeto a ningún veredicto popular en lo que es la Europa visigoda.

En esos parajes de quietud, todo parece dicho. Y, sin embargo, en ese corazón de la cultura occidental se ejerce la dictadura más hipócrita y más eficaz: la del dinero. Es una dictadura que no necesita acallar a la prensa porque es ella la que la sostiene, que no requiere sino de elecciones periódicas para legitimarse, que está decidida a mantenerse en el poder sin importar quiénes la representan. Porque, salvo los matices, todos los políticos proponen lo mismo y todos los partidos en liza aspiran a la misma inmortalidad: producir lo que sea en usinas insomnes hasta que no haya ozono que ultimar ni verde que desaparecer ni selvas donde respirar. Y llamar a eso razón, civilización, cultura, tradición.

Quisiera ser piel roja para entender mejor el mandato de las cosas simples, las órdenes del planeta herido. Quisiera ser saharaui para saber qué es no tener reconocimiento y ser inexistente para los cancilleres. Quisiera ser kurdo, esquimal, palestino, huambisa, lobo estepario, animal huyendo de los safaris en el Serengueti, planta silvestre. Lo que no quiero seguir siendo es «occidental». Me asquea.